Se está hablando mucho sobre el aumento de la violencia machista en la adolescencia. Estas cifras recogen indicadores muy concretos, pero no podemos señalar solo a la población adolescente como la única en la que se está incrementando la violencia. En realidad, la violencia machista está aumentando en todos los grupos poblacionales. En la juventud, encontramos características peculiares relacionadas con la influencia de las tecnologías. Estas nuevas generaciones son nativas digitales, y la violencia se extrapola y se nutre de herramientas como la violencia digital, la violencia sexual a través de las redes sociales y el grooming.
En las aulas, se observan posturas más extremistas que hace unos años. Ahora, muchos jóvenes están enfadados con lo que se está abordando, y la polarización social se produce en ellos. Hay dos grupos identificados, y las posturas son cada vez más radicales y enfrentadas. Esto se estudia desde la psicología social y es una situación compleja que requiere un enfoque especial.
Al trabajar con adolescentes, es importante hacer un esfuerzo por entenderlos. No podemos llevar a cualquier persona a un centro educativo y culpabilizarlos. Debemos acercarnos a ellos, saber cómo trabajar con jóvenes porque son diferentes. Cuando trabajamos bien, podemos integrarlos y escuchar sus opiniones. Si solo los expulsamos de la clase, no estamos haciendo bien nuestro trabajo.
Además, es importante hablar de la violencia de género de manera adecuada. Si no las formamos para que detecten los mecanismos de control, no se sentirán identificadas. Debemos crear espacios seguros en los institutos donde las adolescentes puedan hablar de temas que les interesan, como películas o series. Esto puede ayudar a prevenir la violencia de género.
En la adolescencia, se observan comportamientos sumisos relacionados con la violencia de género. Las jóvenes a menudo no reconocen la violencia económica, física o los asesinatos como algo propio. Pero la violencia se manifiesta de manera más sutil, a través del control de móviles, amistades y la compartición de ubicación. Si no las formamos para detectar estos mecanismos, no podrán protegerse.
Existen diferentes posturas entre las adolescentes, desde las negacionistas hasta las super reivindicativas. Pero hay una parte de la población que está un poco más retraída y no tiene claramente su postura. Debemos trabajar para que todas las personas puedan sentirse seguras y protegidas.
La creación de redes y espacios para hablar es fundamental para proteger a las adolescentes. Las amigas pueden ser un mecanismo de protección, ya que la violencia de género suele aislar y dejar solas a las victimas. Si están en un entorno social que las comprende y las acompaña, es un fastidio para el agresor.
Además, el apoyo es crucial cuando pasan algo. Debemos responder de manera contundente y no culpar a las víctimas. Tenemos que actuar y entender que no son cosas de niños, sino que requieren nuestro apoyo.
Las personas que cometen un delito tienen derecho a reinsertarse, según la Constitución. Con los adolescentes es diferente, ya que tienen más plasticidad y aprenden más rápido. Debemos trabajar con ellos para que hagan un ejercicio de empatía con las víctimas y reconozcan la violencia.
Si solo atendemos a las chicas, perderemos a los maltratadores. Los maltratadores deben reconocer lo que han hecho y trabajar sobre ello para evitar que se repita la violencia.
Las familias son agentes socializadores importantes en la vida de los adolescentes. Deben entender que lo que aprenden en casa marca nuestra forma de ser y vivir en sociedad. Si están preocupados, pueden formarse para identificar las circunstancias de violencia y trabajar sobre ellas.
La comunicación es clave en la relación entre las familias y los adolescentes. Aunque puede dar miedo y inseguridad, es posible y muy importante.
Esta etapa de su vida marcó el comienzo de una trayectoria artística y personal que iba a tener un gran impacto en su futuro.
Su nombre real, Sylvia Banquells Pinal, refleja su herencia familiar, mientras que el cambio de nombre a Sylvia Pasquel marcó un nuevo capítulo en su vida.
Por desgracia, Viridiana murió en 1982 a la edad de apenas 19 años en un accidente automovilístico. Esta tragedia marcó profundamente a Silvia Pinal y a su familia.
Su nombre, Viridiana, se convirtió en un símbolo de esperanza y belleza, aunque su vida fue corta.
La familia creció y se convirtió en un núcleo importante en la vida de Silvia Pinal. Los hijos seguían las huellas de su madre en el mundo del arte.
Sin embargo, el matrimonio terminó en 1976, marcando un cambio significativo en la vida de la familia.