The culinary scene in Dallas is evolving, with exciting new openings and some bittersweet closures. Two popular State Fair of Texas vendors are now offering their award-winning dishes year-round, delighting food enthusiasts beyond the fair's annual run.
One notable opening comes from Stephen El Gidi, who introduced a dessert that captivated fairgoers in 2023. His cheesecake creation, which earned accolades for its exceptional flavor, can now be savored at Drizzle Cheesecakes in Irving. Meanwhile, another State Fair success story unfolds in Deep Ellum, where the creator of a Dominican-inspired hot dog has established a permanent eatery named Picadera. This restaurant, sharing space with Trinity Cider, offers an array of dishes featuring the versatile plantain, a staple ingredient in Dominican cuisine.
While there is much to celebrate in the local dining scene, two well-known establishments have recently closed their doors. Morton’s Steakhouse, a Dallas institution for nearly four decades, and La Madeleine Country French Cafe in NorthPark Center both bid farewell after significant runs. However, not all news is somber; Babe’s Chicken Dinner House has been honored by Southern Living readers as the best Southern restaurant in Texas. Known for its mouthwatering smoked and fried chicken, along with hearty family-style sides, Babe’s continues to bring joy to diners, even bringing one customer to tears of happiness.
Despite the changes in the Dallas dining landscape, the city remains a vibrant hub for culinary innovation and tradition. The transition from temporary fair favorites to permanent fixtures highlights the dynamic nature of the food industry. Moreover, the recognition of local establishments like Babe’s underscores the enduring appeal of authentic, home-cooked meals that bring people together.
En el corazón de Quito, el parque El Ejido ha sido testigo silencioso del paso del tiempo y las transformaciones de una ciudad. Este espacio verde, que alguna vez fue un escenario de juegos infantiles y rituales familiares, ahora se presenta como un crisol cultural donde convergen artesanos, pintores y comerciantes. Desde sus inicios hasta la actualidad, el parque ha presenciado cambios significativos en su entorno y en las vidas de quienes lo frecuentan. La evolución del lugar refleja la propia historia de Quito, marcada por tradiciones que persisten junto a nuevas formas de expresión artística y comercial.
En los años sesenta, en pleno centro-norte de Quito, el parque El Ejido era un oasis para los niños nacidos en esa época. En aquel entonces, el paisaje urbano era más austero, pero el parque ofrecía momentos únicos e irrepetibles. Los pequeños aprendían a montar bicicletas locales mientras disfrutaban de meriendas caseras. Con el tiempo, este espacio se convirtió en un emporio de actividades recreativas y culturales. Hoy, Jhon Udeo continúa la tradición familiar con su flota de bicicletas y carritos de distintos tamaños, adaptándose a las necesidades modernas sin perder el encanto de antaño.
No lejos de allí, los ancianos jugaban partidas de cocos, un juego tradicional que requería habilidad y estrategia. Las risas y discusiones llenaban el aire mientras los jugadores competían por la victoria. También destacaba María Vilatuña, una artesana dedicada a la creación de piezas únicas que combinan técnica ancestral con diseño contemporáneo. A pesar de los desafíos económicos, ella sigue perseverando, manteniendo viva la tradición artesanal.
A finales de los noventa, el parque se transformó en un epicentro artístico. Pintores y escultores comenzaron a establecerse en la zona, atraídos por su atmósfera creativa. Mónica Trujillo y su esposo Guido Reboyo son parte de esta comunidad, dedicados tanto a la creación como a la difusión del arte local. Washington Jaramillo, un escultor innovador, utiliza materiales reciclados para dar vida a obras que despiertan admiración. Aunque la pandemia afectó sus ingresos, estos artistas siguen comprometidos con su pasión y el legado del parque.
El Ejido también es un mercado abierto donde se pueden encontrar productos variados, desde textiles otavaleños hasta tecnología digital. Entre los puestos, destaca Carlitos Michelena, un personaje icónico que entretiene a todos con su humor y talento. El parque mantiene ese toque nostálgico que lo hace único, recordando tiempos pasados con un guiño al presente.
Desde el punto de vista de un visitante, el parque El Ejido es mucho más que un espacio verde. Es un lienzo vivo que retrata la evolución de una ciudad y su gente. Cada rincón cuenta una historia diferente, cada rostro es un testimonio del tiempo transcurrido. Este lugar nos invita a reflexionar sobre cómo las tradiciones y el arte pueden coexistir en armonía, creando un patrimonio que trasciende generaciones.